11.11.05

Todas las guerras son iguales

Cuando me regalaron este libro admito que me quedé un poco fría. A decir verdad esperaba otro...otro título sobre el cual había soltado sobradas indirectas mientras leía Babelia en la granja donde cafeteo. Pero bueno, eso pasa por gustarme los caracteres independientes: que van a la suya hasta para hacer regalos. Ahora creo que mañana le daré las gracias sinceramente. Una mujer en Berlín es una obra anónima, un diario de un año de duración de una mujer culta, viajada, en una situación de guerra. Y de su adaptación, a base de cosificarse, de cambiar las prioridades, de formar un paréntesis en su vida en ese año de guerra, en esos meses de refugios, cartillas de racionamiento, saqueos, y , sobre todo, de la entrada de los rusos en Berlín. Los relatos sobre las violaciones, esa anecdota de esa mujer a la que no defendió nadie porque su resistencia ponía en peligro a los demás, el bote de vaselina guardado como un tesoro como único remedio práctico contra tanta humillación, tanto abuso en tiempos de guerra, justificado con un "ellos hicieron lo mismo a nuestras mujeres", aunque no hacía falta ninguna justificación. El sentido práctico de la narradora del diario y su humor negro parecen salvarla durante el paréntesis. Pero en una guerra todo acaba convirtiendose en objeto. Esa obsesión de los rusos por coleccionar relojes tiene su equivalente en su obsesión por violar a esas berlinesas, que usan su cuerpo como parapeto para esconder a sus hombres, para conseguir comida. Como ejemplo la protagonista, harta de ser violada en su propia casa, decide, con una frialdad que asusta, ser el coto privado de algún oficial ruso, para evitarse los asaltos, las escoceduras, los golpes, las amenazas. Para no ser un reloj más en la colección. Ser sólo el objeto, la cosa, el mueble que son las mujeres en tiempos difíciles, de guerra. Dicen que cuando se publicó el libro por primera vez, anónimo también, no fue nada bien acogido. En 1954, casi diez años después, el testimonio dolia todavía, aún hería el orgullo no haber podido defender, dejarse esconder por esas mujeres, por el cuerpo "de madera", como describe la narradora, de esas mujeres. Ninguna guerra se parece a otra, titulaba Jon Sistiaga a su libro, un sentido homenaje a José Couso que recomiendo con pasión que leais. Para mi el bombardeo del hotel Palestina sigue siendo uno de los actos mas vergonzosos de esta guerra donde nos metieron con calzador por la megalomania de un señor. Siento contradecirte un poquito, Jon. En todas las guerras, siempre hay las mismas víctimas. Siempre. Banda sonora de esta nota: La nana de la cebolla de Joan Manel Serrat

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