23.11.11

KERO


Firmó el resguardo de entrega y miró el remitente. Gilipollas integral, pensó. ¿A qué venía enviarle un regalo de Navidad? Hacía seis meses que la había recambiado como una pieza de coche, por una talla 38. No debería haber firmado la entrega. Pero ya que estaba allíabrió el paquete. Hijo de puta…KERO VC-10420. Una báscula. Decidió terminarse su té con resignación y pensó que a caballo regalado…Así que la llevó al cuarto de baño y quitó esa pestaña que aislaba su báscula nueva de la pila.
No hay placer pequeño más satisfactorio que una ducha caliente. Por eso, quizás por esa sensación de calma que te queda mientras te frotas con una toalla seca, le dio un arrebato de optimismo, y decidió, con un par, estrenar el regalo. Venga, a la de una, a la de dos, a la de tres, arriba.¡Pero abre los ojos mujer!


-¡Aggg! ¡Bájate!


Baja de un salto, con los ojos como platos y un amago de taquicardia. Mira a su alrededor haciendo el gesto instintivo de taparse. Nadie. Mira hacia la báscula y adelanta un pie…


-Ni se te ocurra, foca. ¿Pero qué quieres? ¿Qué muera por
aplastamiento?

-¿Hablas?

-Pues claro que hablo. Lo que me faltaba. Una propietaria
sorda además de… ¿o lo tuyo es tontería pura y dura?
-Oye maja…

-Menos sarcasmo, de maja nada. A mí llámame Kero
-¿Vero? ¿Encima te llamas Vero?

-Kerooooooooooooooooo. Mira, yo he sido programada
para mujeres como mandan los cánones. O sea, que hasta
que no pierdas por lo menos veinticinco quilos, ni se te
ocurra poner encima mío ni un dedo de pulgar del pie
derecho. ¿Estamos o te tengo que hacer un croquis?

- O sea que encima de que hablas, eres más chula que un
ocho. ¡Uf, lo que me faltaba!

-Mira reinona, en el fondo, mi software lo que hace es
motivarte. Porque, plantéatelo de esta manera: ¿A qué nunca
has tenido un trabajo de cara al público? ¿Por qué tus
relaciones son de todo menos estables? ¿Por qué tus amigas
te invitan a todas partes, menos a bailar por la noche?

-Mira Kero, conversación acabada. Ponte en stand by y ¡por
favor, estoy razonando en voz alta con una báscula de baño!


Pero por la tarde, mientras hacía como que estudiaba, meditó. Tenía razón Kero. Un poco de vida sana no le haría ningún mal. Quizás así le sería más fácil hasta encontrar trabajo. Aún recordaba el comentario de su amiga, la charcutera del mercado, sobre su nueva empleada. Sí, esa que era muy trabajadora, y eso que está gorda, ¡eh! Así que sin demora se puso al día siguiente. Un poco de dieta. Una hora caminando cada día. Empezó a notar en la ropa que la cosa iba bien. A la semana clavada volvió a subirse a la báscula.


-Tiene usted el peso ideal…para un ¡portaviones! Ja, ja, ja, ja,
ja, ja. Anda, baja, vacaburra, que me vas a provocar una
hernia en el circuito impreso…

-¡Uf! ¡Qué asco de cacharro!

-¿Pero qué te has pensado, pringadilla? ¿Qué tener lo que
quieres como lo quieres, cuesta eso, una semanita haciendo
el tonto? No tienes ni idea de lo que es tener voluntad,
ganas de hacer las cosas. Eres una fofa de cuerpo y de
mente. Sí, anda…sí, llora, dame la razón. Pringá. No tienes
cojones de llevar nada a término.

-Encima, lenguaje machista. ¡Qué asco das!


Reprimió las tentaciones de comerse una tableta de chocolate blanco. Se pensaba la báscula esa que iba a hundirla. Ni de broma. Se apuntó a un gimnasio. Iba dos horas cada día. Al principio, las barbies cuchicheaban entre ellas, sin respetar su falta de aliento ni su sudor. Pero poco a poco, la iban apoyando en sus clases de ejercicios aeróbicos, o cuando iba aumentando las series de rutina de
musculación. Notaba sus sonrisas y su aceptación. En la máquina de las barritas energéticas sustitutivas de comidas y los refrescos con carnitina, empezó a hacer relaciones entrañables. Y mientras, Kero estuvo abandonada cogiendo polvo.
Se dio cuenta de lo que pasaba cuando se oyó a si misma indignada con la monitora porque le había prohibido pesarse antes y después de su rutina. Cayó en la cuenta con la cabeza en la taza del váter...y sabía quién tenía la culpa...


Aún seguía mirando a su alrededor con extrañeza. Y eso que llevaba allí tres meses. La habían duchado y vestido antes de la visita de aquel hombre que no paraba de preguntarle por qué había roto con tanta saña, a martillazos, su báscula. Todo el mundo estaba allí, taaaaaaaan delgado. Menos ella. Se empeñaban en decirle que no, que tenía un problema grave. Pero ella lo sabía. Porque cada vez intentaba sentarse, escuchaba a la silla de su cuarto, decirle: ¿No irás a poner tu peazo de culo encima de mí?

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